Sunday, December 22, 2013

Adictos a la escritura: Capicúa

¡Hola, holaaaaa!
Vengo a dejarles el relato del mes para Adictos, una vez más, super improvisado :D
(estaba con finales y muchas cosillas más, recién ayer fui libre ^^). Lo bueno de Adictos a la escritura, parece, no es solo que me hace escribir sobre temas que generalmente no escribo, sino que me gusta tanto participar que con tal de no perderme un solo mes me ayuda a entrenar mis dotes improvisadoras jaja

Bien, el ejercicio del mes era "El Tic navideño". Tenía otra cosa en mente, pero saben lo mucho que a mí me gusta crear psicópatas, historias locas y gente rara, así que... acá va:



Capicúa 


  Dos manzanas, un durazno, tres bananas, cuatro kiwis, tres bananas, un durazno, dos manzanas. Le llevaba una eternidad preparar la cena navideña, en especial su clásica ensalada de frutas con los trocitos minuciosamente contados, pero estaba cien por ciento convencida de que algo espantoso pasaría el día que dejara de hacer las cosas siguiendo un patrón capicúa.

  No era sencillo vivir así. Tenía que calcular el tiempo que le llevaba ducharse (25,2 minutos, se había comprado un cronometro sumergible), la cantidad de veces que se cepillaba los dientes (21 veces a la derecha, 22 en el centro, 12 a la izquierda, y alternando, luego de que una visita al dentista revelara que un lado de su boca estaba más limpio y saludable que el otro), el número de aceitunas en la pizza, los colores de su vestimenta para cada día de la semana, el orden en el que se llevaba los alimentos a la boca y bebía, el gasto para la cena en el supermercado. Todo, todo, todo debía ser capicúa o algo terrible, terrible ocurriría.

  Algunas cosas se salían de su control, pero para que no contaran, trataba de equilibrarlas para evitar la desgracia. Por culpa de quién sea que inventó el calendario con más años que meses, y de quién haya decidido adoptarlo, su boda no pudo ser en fecha capicúa. Pero nada, ni Beto –el novio– ni su suegra, que quería que se casaran el día de la Virgen, pudieron evitar que diera el sí un 21 de diciembre a las diez y un minuto de la mañana.

  Con el parto de sus hijos no tuvo tanta suerte, no tuvo control ni de fecha ni de hora, y eso que intentó con todas sus fuerzas no romper fuente antes de algún día capicúa, pero los desconsiderados de sus hijos nonatos nacieron cuando quisieron, indiferentes a sus deseos. ¡Ya desde el útero llevándole la contraría!

  Tuvo que desquitarse (y acomodar el destino) con los nombres, Ana llegó primero, seguida por unos años de Ara. El benjamín de la familia, que no se llamó Benjamín, sino Eze, se hizo rogar, pero llegó y no supo que su nombre tenía más letras, que jamás debían ser nombradas, hasta que empezó la primaria. Entonces, con los años llegaron los nietos y… ¡Con la familia sí que le había sonreído la suerte! ¡Dos nietos, dos nietitos más y tendría el patrón familiar perfecto! Tenía cuatro nietas y un nieto, pero no cuatro nietas y un nieto, sino una nieta, otra nieta, un nieto y dos nietas, en ese orden nacidos. Ella, Beto, Ana, Ara, Eze, sus dos nietas mayores, su nieto y sus dos nietas menores. ¡Un nieto y una nieta más, en ese orden, y tendría una familia capicúa!

  Pero no era tan simple, y ya empezaba a desesperar. La menopausia amenazaba sobre Ana y Ara (y sobre toda la humanidad, ¡si esos chicos no nacían, algo terrible ocurriría!), y Eze, el más prolifero de sus hijos, después de la llegada inesperada de gemelas cuando su hijo aún era un bebito, ¡había decidido cerrar la fábrica! ¡Eran una desgracia!

  A falta de probabilidades, le quedaban esperanza y maña, y está navidad sugeriría durante la cena que sus nietas mayores ya estaban en buena edad para hacerla bisabuela. (Porque le encantaría vivir lo suficiente para disfrutar de los hijitos de sus nietitos, ¡y le quedaba tan poco! ¡Tan poco! La fragilidad de la vida siempre funcionaba para ablandar –es decir, manipular– almas).

  Si algo amaba de la cena navideña, a pesar de los tres días que le llevaba prepararla, es que había espacio y variedad suficiente para armar un lindo patrón gastronómico, que compensaba que yernos y nuera vinieran a romper con su patrón familiar casi perfecto.

  Comía tres cucharadas de cada cosa (en días festivos, estaba bien relajar y simplificar un poco los cálculos), esperando la oportunidad perfecta para sacar el tema bisnietos, cuando Eze se puso de pie y pidió un brindis. El corazón empezó a saltarle en el pecho. ¿Podía ser? ¡Por favor que fuera! ¡Que no fuera un tonto ascenso o un viaje a Europa! ¡Que fuera un nieto! ¡Que fuera un nieto!

  ––No van a creerlo ––dijo su hijo, con ojos brillantes, mejillas encendidas y la mano en el vientre de su esposa. ¡Sí, sí era! ¡Iba a ponerse a saltar de felicidad de un momento a otro! ¡Un nietito! Eze tomó aire sonriente––. Diles, querida.

  Su nuera sonrió dejando ver absolutamente todos sus radiantes dientes.

  ––¡¿Pueden creerlo?! ¡Es otra nena!

  No podía creerlo, otra… otra ¿nena? ¿Una nieta?

  Mientras todos estallaban en risas, abrazos y gritos de alegría, ella se quedó helada mirando el vacio, mientras su mundo se venía abajo. ¡No podía ser! ¡Su patrón! ¡La nieta no debía llegar hasta después de otro nieto varón! Ella, Beto, Ana, Ara, Eze, nieta, nieta, nieto, nieta, nieta, nieto, nieta. Patrón perfecto e inalterable, no estaba dispuesta a permitir que algo lo rompiera. Pero con una nieta ahora… ahora…

  Sabía que algo terrible ocurriría… ahora tendría que matar a Beto.



Espero que les guste :)
Es improvisado, pero me divertí mucho escribiéndolo y me rompí un poquito la cabeza porque el patrón familiar no me daba y no me daba (yo no soy como la prota jaja, a mí no se me dan bien estas cosas xD), y necesitaba matar a Beto (esa fue la frase que desencadenó todo el relato ^^).

¡Felices fiestas a todos! ¡Y recuerden las obsesiones dominantes de sus madres y/o abuelas antes de dar alguna noticia importante en la mesa :P)

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